lunes, 27 de febrero de 2012

En el pecado...



 
Cuando recibes el chivatazo de que el Fiscal Anticorrupción está detrás de la pista de las facturas falsas, el desvío de las subvenciones y los sobornos por las recalificaciones, decides que has de hacer algo de inmediato. Optas por valorar los pasos a dar con Mónica, porque después de doce años juntos estás convencido de que es la única persona de la que te puedes fiar. Tomáis la decisión de recurrir a Pablo, dado que además de no haber trabajado nunca contigo y ser el marido de tu sobrina, ­a sus treinta años ha demostrado que es tan buen abogado como pobre en escrúpulos. Setenta y dos horas después, el plan se ha ejecutado con precisión. Las cuentas bancarias nacionales casi vacías, los expedientes de suspensión de pagos de las sociedades presentados, todo el dinero desviado a Belice –aunque tú creas que es mejor Gibraltar­– sin dejar rastro, en cuentas cifradas con Mónica como único usuario autorizado, las propiedades también a nombre de ella y cien mil euros en efectivo en casa para capear los meses que se avecinan.


Lo que resulta imposible de prever es el secuestro exprés, a manos de los sudamericanos, que sufrís dos semanas mas tarde a la salida del restaurante. El ataque de pánico que padeces –con descontrol de esfínteres incluido– demuestra que hasta Mónica, que es quién más golpes recibe, tiene más entereza que tú. Las joyas y el efectivo que conservas en casa resultan muy poco botín. Ellos están seguros de que debe de haber más en algún sitio. Llevándose a Mónica –que te mira suplicante con el ojo que aún puede abrir a la vez que intenta esbozar una sonrisa de consuelo­– te dan treinta y seis horas de plazo para entregar el medio millón que quieren. Sin ella tú ya no tienes acceso a tu fortuna y dos días después aparece el cuerpo de una mujer quemado en el maletero de tu coche, que arde en el solar de la última promoción que dejaste sin ejecutar, en aquella carretera comarcal que baja a la playa.


Cuando, además de la imputación por cohecho, prevaricación y alzamiento de bienes, el juez instructor te explica que eres sospechoso de ser el autor intelectual de la desaparición y presunto asesinato de Mónica, sabes que sólo te queda la salida de la confesión. Incluso antes de que se llegue a descubrir que el cuerpo del maletero pertenece a una prostituta colombiana desaparecida, es al intentar localizar a Pablo –cuando tu sobrina te explica que él salió de viaje sin avisarle y que no sabe dónde está, ni le responde a sus llamadas al móvil– que las piezas empiezan a encajar. En una regresión paulatina de recuerdos vas recuperando esas imágenes que nunca dejaron de molestarte en la memoria; las miradas cómplices entre Pablo y Mónica mientras firmabais los documentos, la insistencia de ella en que fuera él quién lo arreglara todo, las risas de ambos en las reuniones familiares, aquel «Tía Moni» meloso con el que comenzó a llamarla en la fiesta de navidad de hace dos años, la respuesta de ella «de Tía nada, corazón, que sólo te llevo diez años». De pronto comprendes por qué ella nunca quiso hacer los trámites para convertirse en ciudadana europea, aunque su pasaporte brasileño le obligase a solicitar visas para viajar. Entonces comienzas a aceptar que lo único que te queda son diez años a la sombra para planificar tu venganza.


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[Imagen obtenida de Google] 

jueves, 23 de febrero de 2012

Un cuento al día



La página web Un cuento al día, administrada por Carlos G. Barba, me honra en el día de hoy publicando mi microrrelato DEFENSA PROPIA.

Me gustaría agradecerle a Carlos el regalo de colar mis letras entre las de Ana María Shua, Flavia Company, Andrés Neuman, Juan José Millás, Jesús Esnaola, Mar Horno, Elena Casero, Fernando Remitente, David Vivancos, Agustín Martínez Valderrama, Manuespada y tantos autores que leo y admiro. 

Os invito a visitar la página y dedicar tiempo a disfrutar de una selección de microrrelatos que provocan adicción al género.

Podéis zambulliros directamente aquí.

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jueves, 9 de febrero de 2012

PERTURBACIÓN



 
Me seduce en el peor momento de mi vida y disfrutamos de seis meses de desenfreno, en los que cada noche me recuerda que no se conforma con mi cuerpo, sino que quiere también mi alma. Aunque no es mi tipo de mujer, me dejo llevar y disfruto de los lujos de su riqueza. Sobre todo del yate en verano y de la mansión en la sierra que pertenece a su familia desde que la construyó su bisabuelo, Mauricio Bafomet, al volver rico de América.

Pero lo cierto es que no la amo y acabo aburriéndome. Elijo la zozobra de un atardecer de domingo, antes de volver a la ciudad, para poner fin a mi farsa. Como no quiero herirla, apuesto por la mentira y le hablo de los sentimientos que se apagan. «El amor es como el café», le digo ya al final de mi alegato, «una vez que se enfría, aunque se recaliente, ya no sabe igual».

Ella sonríe con aparente desprecio y repite mis palabras como si estuviese sopesándolas en la palma de su mano. Aunque siempre intuí que nunca decía lo que pensaba sino lo que más se ajustaba a sus intereses, esta vez no puede disimular el desdén que asoma a sus ojos al mirarme y con un tinte de virulencia en su voz, me insinúa que lamenta el error que he cometido.  Me advierte, luego,  que no lograré deshacerme de ella. Que siempre estará en mí. Que su sombra será la mía. Que olvide cualquier intención de huir. Que no tengo salida. Que soy suyo, una más de sus pertenencias. Que ya decidiría ella el mejor momento para prescindir de mí.

«Estás loca» es lo último que articulo antes de darle la espalda, al tiempo que  oigo  el crujir de las bisagras de las contraventanas al cerrarse y veo cómo la puerta se abalanza por sí misma para encajarse en su marco.

Me vuelvo para mirarle pero ya no está. Me giro buscando la forma de huir y encuentro mis ojos en el espejo que corona la chimenea encendida, pero es su rostro el que veo.

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[Imagen obtenida de Google]
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