lunes, 15 de octubre de 2012

PÍRRICO







Sí, eres consciente de que es poco agraciada —por no ser cruel y decir fea a secas— y de que, vista desde donde estás, parece bastante más alta que tú; pero es la única que te ha sonreído en meses. Así es que, aunque su nariz merezca una inversión de capital, decides atacar. 


Una copa para descubrir que es su primera vez aquí y que se llama Sintia, así con ese, sin hache ni i griega. Otra para decirle que con esa voz rasgada, a lo Edith Piaf, debería ser cantante del music-hall —«te veo en el Moulin Rouge» le dices— y no guardia jurado en un centro comercial. La tercera, para entrar a matar. Aunque, según tus cáculos, ella debe de usar una talla cuarenta y dos, recurres a ese falso reproche que —tal como te enseñó tu primo Tony— logra que las mujeres se estremezcan de placer. «Estás demasiado delgada» le susurras al oído dos segundos antes de acariciar con tu mano derecha su rodilla desnuda, como imperativo del guión de una risa compartida. Convencido de que ya está donde querías y de que esta noche —al fin— no te irás solo a casa, sonríes con lascivia.

Una lascivia que se disuelve cuando ella gira su cara para pedir otra copa y notas una sombra tenue de barba mal afeitada debajo de su oreja, justo encima del pañuelo que lleva anudado al cuello. Entonces te explicas el tamaño de sus manos.


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[Imagen tomada de Google - Travesti de Vasco Torres]