lunes, 10 de diciembre de 2012

AMISTAD




Con la coartada de apoyarle en esas circunstancias difíciles, estreché nuestra relación con Paco cuando enviudó y se quedó solo con una hija adolescente de catorce años. Poco a poco los fuimos incorporando a nuestra vida familiar. El desconsuelo por la pérdida de su mujer y la carga por la responsabilidad de sacar adelante a su chiquilla, hacían de él un hombre emocionalmente encorvado. Por suerte su docilidad no se vio afectada y como siempre fue un hombre encantador, se dejó arropar por nosotros. Marta y yo, después de diez años de matrimonio, no teníamos niños y volcamos en su hija toda nuestra atención. Lo que ni Paco ni Marta llegaron a sospechar nunca fue que mi propósito último era seducir a aquella Lolita que ya entonces parecía ser consciente de poseer un culo capaz de modificar las voluntades más férreas. 


Cuatro años después –sin haber sucumbido aún a mis infinitos asaltos, parapetándose detrás de una sonrisa perturbadoramente lúbrica y desarmándome con sus constantes «¡Ay, tío Emilio, qué cosas me dices!»– he de soportar que la niña se marche a la universidad a cuatrocientos kilómetros; mientras mi mujer y Paco llevan tres años valiéndose de cualquier pretexto para perderme y aprovechar sus momentos de, digamos, concupiscencia.


-oOo-

[Imagen obtenida de Google]