domingo, 9 de octubre de 2011

Legado







La bisabuela de su abuela llegó al noroeste de La Española huyendo de un Auto de Fe. Su condición de polizón y de bruja perseguida le empujó al noroeste de la isla, en cuyos bosques se instaló y acabó añadiendo a sus conocimientos los secretos del vudú. Por las profecías que dejó escritas, y que llegaron a sus manos a través de las generaciones y las distintas migraciones de su familia, sabía que aquel de sus descendientes que la venerase sería afortunado y feliz, siempre que cumpliera con los preceptos y no olvidara las advertencias —algunas crípticas, otras demasiado obvias— que acompañaban los textos proféticos.

Cuando su madre vio la pasión pueril con la que él se entregaba a descifrar los manuscritos que contenían aquel centenar de folios de lino, que le entregó envueltos en una seda negra pespunteada con hilos dorados el día de su decimotercer cumpleaños, se rió de él y le dijo que ella podría resumirle los miles de palabras ininteligibles de la vieja en dos frases: «En este mundo se hacen y en este mundo se pagan» era la primera. La otra era igual de fácil y casi idéntica en su fondo: «Quien a hierro mata, a hierro muere». También le dijo que la única advertencia que siempre había cumplido era la que contenía la hoja rasgada justo en el centro: «Si la noche te envuelve en un cementerio con deudas en tu conciencia, no saldrás de allí»

El paso del tiempo le transformó en un hombre abocetado por la codicia y la atonía moral. La primera vez que fue consciente de la envidia que los demás le generaban fue cuando se preguntó por qué no gozaría él de la presciencia que iluminó a aquella vieja bruja que, «al fin y al cabo, no había sabido utilizarla para enriquecerse». Al concentrar todo el esfuerzo en su ascensión al éxito, olvidó los manuscritos, que tanto le habían obsesionado, en el fondo del cajón de los álbumes fotográficos que acumulaban telarañas en el trastero. En todo el tiempo que les había dedicado, no había obtenido nada de ellos.

Aquel atardecer temprano de un diciembre frío y despejado, en el entierro del Consejero Delegado de la empresa, pudo sentir las miradas subrepticias de admiración que acariciaban su espalda. En pocas horas él sería el elegido para ocupar la plaza del consejo que había quedado vacante. Debía exteriorizar menos tribulación que fuerza de ánimo, pero la suficiente aflicción como para parecer dolido por la pérdida. Recibió pésames sinceros y abrazos carentes de sentimientos junto a la familia, y cuando ya todos se marchaban, insistió en que necesitaba quedarse allí para despedirse, «no de mi mentor, sino de mi padre profesional»

Una vez en soledad, se giró para apreciar la calidad del mármol del panteón familiar del difunto. Después de repasar el detalle con que estaban esculpidas las alas de los dos ángeles taciturnos que guardaban la entrada, alzó la vista y notó que anochecía. Un cielo turbio, como del color de la sangre sucia parecía descansar en las copas de los cipreses. Treinta y cinco años después recordó la única advertencia de la abuela bruja que su madre siempre había cumplido.

«No tengo nada que temer» masculló, en tanto buscaba el camino para salir de allí.

«Sí tienes», dijo una voz que sólo él pudo oír.

[Imagen obtenida de Google] 
*

19 comentarios:

Raquel dijo...

Sí, en este mundo se hacen y en este mundo se pagan... es cuestión de tiempo, totalmente de acuerdo!!!
No puedo dejar de decir, como tantas otras veces, que me hubiese gustado que fuese más largo...
Besos!!!

montse dijo...

¿Hay segunda parte? Es que me quedo con ganas de más. Has cortado en el momento clave....

Javier Ximens dijo...

En una lectura rápida, pues tengo pendiente la siesta, da gusto deslizarse por tu prosa: suave, dulce, ondulada, de cambio de rasante (no veo venir el peligro). Ya te comentaré más despacio.
Una hora después, pues intentar poner comentarios en ocasiones se hace imposible en los blog.
Con los dos primeros párrafos creas unas expectativas que hacen imposible dejar de leer. Muy buen ala imagen del cielo sostenido por los cipreses. Un cierre rápido con un par de frases cortas, muy buenas.
Sabes, Pedro, leer tu prosa es como estar en una barquita en el mar, dejándose mecer por las olas. Por eso se quejan las chicas de que es corto este relato. Como siempre, tus personajes son retratados, fotografiados con maestría.
Y ahora a esperar que entre mi comentario.

Elysa dijo...

La verdad es que ese principio hablando de la bisabuela bruja ya avisas de algo aunque durante la lectura de los avatares del protagonista no se sabe muy bien por donde va el tema, consigue despistar. Me gusta ese final abierto. Aunque estoy de acuerdo con otros comentarios, nos atrapas y nos gustaría seguir leyendo más.

Un "puñao" de besos

Unknown dijo...

A mí me encanta del modo en que quedó. No me parece que el final sea abierto, sino que el lector debe, sí o sí, completarlo. Como lectora, me agrada la propuesta.
Con el placer de leerte, te dejo un abrazo Pedro.

Loli Pérez dijo...

Pedro, quiero saber más de ese personaje, de los manuscritos de la bisa, del jefazo, y todo ello aderezado con esas estupendas descripciones. El cielo color sangre sucia?? me da miedo imaginar el final con ese escenario de fondo.

abrazos
L;)

Maite dijo...

Calidad narrativa en este texto, Pedro, me ha gustado como ha ido discurriendo la historia y como el lector va aferrándose a la lectura, hasta ese final donde la imaginación se nos desborda.

Anónimo dijo...

No agregaria ni una coma, ni un punto, ni una expresion, ni una palabra. Tu relato es mistico, misterioso y muy bueno. De quien sera esa voz del final?.....No dejes de escribir, por favor!
Mary.

La mala de la película dijo...

Genial, como siempre, desde mi punto de vista (que, al ser el de una adolescente, que ya se sabe que llevamos la tontería encima, no dice mucho). Dale un beso a tu "medio cítrico" como me dijiste tu una vez, de mi parte y dile que se ponga buena!!

manuespada dijo...

Muy bien narrado ese paso del tiempo a través de los antepasados, un texto que te deja con ganas de más, síntoma inequívoco de que es un buen relato.

Isa Merino dijo...

Pedro, me ha gustado mucho, haré una segunda lectura luego en casa, ahora pro más que quiera no puedo poner nada más.

Un beso
Isa

Humberto Dib dijo...

Un relato que lo tiene todo, buena historia, bien narrado, lenguaje creíble y un final genial.
Mis felicitaciones.
Un abrazo.
HD

Paula Sánchez Álvarez dijo...

Hay un viejo que dice mucho que uno 'recoge lo que siembra'

Me gustó. Me gustaron las descripciones, el paso del tiempo, el 'quedabien' del funeral... Pero se me hizo corto, éso sí que es cierto.

Lola Sanabria dijo...

Hay muchas sentencias como las de la abuela que son advertencia y amenaza sobre la consecuencia de nuestros actos. Ojalá se cumplieran en aquellos que hoy están desangrando el planeta.

Me gustó mucho cómo fuiste desarrollando el relato hasta ese final más que inquietante.

Abrazos domingueros.

MJ dijo...

Una historia realmente exquisita tanto en la forma como en la trama.
Es un placer leer tu prosa, Pedro.

Un abrazo.

Carlos de la Parra. dijo...

Precioso relato. Con tintes de Hitchcock y de Blasco Ibáñez, y al final evoca un agudo acorde que debió enfriarle la sangre.

Carlos de la Parra. dijo...

Gracias Pedro por la visita a mi blog, ya que me privilegias con tu lectura te hago saber que tengo dos blogs con el mismo nombre, y puedes accesar al otro por medio de mi perfil, un accidente que me ocurrió al comenzar me provocó crear un blog gemelo y por temor a borrar con mi analfawebtismo mejor lo seguí, pero cada uno trae diferentes relatos.
Yo constantemente te leo y sugiero a otros que lo hagan por tu gran calidad.

Miguel dijo...

Buen relato y como siempre bien narrado, aunque me ha dejado algo pensativo, dubitativo ese final tan abierto.

Un abrazo

Migueo

Anónimo dijo...

Mmm, tal vez porque sólo él se hallaba ahí...