lunes, 18 de marzo de 2013

REFLEJO




Después de catorce horas preparando un informe que le explique al Comité Ejecutivo qué hemos de hacer para mejorar «de forma sustancial y notoria» el resultado presupuestado para este ejercicio, llego a casa y descubro que no es la mía. Una mujer, que se parece a mi mujer pero que no lo es, me sonríe y me dice «Hola, mi amor». Sin articular palabra, veo pasar a un veinteañero que me escupe un «¿Cómo estás, viejo?» desganado. Mi hijo tiene tres años, ¿éste quién es? Por el respaldo de un sofá burdeos que no he visto en mi vida se pasea un gato siamés que me clava sus pupilas envueltas en un azul desconfianza. Habrá olido que detesto a los gatos. «¡Murakami, sal de ahí!» oigo que le ordena –en tono maternal– la mujer que no es mi mujer, antes de apoyar sus manos en mis hombros y preguntarme «¿Te cambias y cenamos?». Dejo mi abrigo sobre un sillón orejero –horrible, por cierto– y, al tiempo que deshago el nudo de mi corbata y tiro de ella con cansancio fingido, me pregunto dónde estará el baño. Decido aventurarme por el pasillo por el que se ha perdido el joven –que no es mi hijo– con la esperanza de encontrar un baño –aunque no sea el de mi casa– rogando que tenga una ventana por la que escapar sin tener que dar explicaciones, ni a esa mujer –que no es mi mujer–, ni al chaval –que no conozco, aunque me llame viejo–, ni a Murakami –aunque estoy convencido de que este maullaría de alegría si dijera que me voy –. Enciendo la luz del pasillo y el reflejo de los halógenos en un espejo inmenso me descubre adónde he de ir. Al entrar y apoyarme en la puerta que cierro a mis espaldas noto el sudor que me empapa cuando descubro que este baño no tiene ventanas. «¡Papá, que nos morimos de hambre. Venga!» me apremia el chico –que insiste en querer ser mi hijo– tamborileando con sus dedos en la puerta mientras pasa, supongo, camino de la cocina. Intento relajarme y pensar, pero me sobresalta un ruido agudo, extraño, que identifico como las uñas de ese gato –que no es mío– arañando el marco desde el otro lado. Me decido a abrir el grifo porque necesito lavarme la cara y es entonces cuando me veo en el espejo. El reflejo me devuelve a un hombre que no soy yo, que se me parece, pero que no. O sí, si entre esta mañana y ahora hubiesen pasado veinte años.


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[Imagen obtenida de Google]