jueves, 28 de julio de 2011

Souvenir




Mi tío Manny emigró a Australia cuando yo aún no había comenzado el colegio. Desde entonces volvió a visitarnos sólo en una ocasión, poco tiempo después. El silencio de los años sin noticias logró que todos en la familia fueran olvidándole poco a poco.


Todos menos yo.

En aquella única visita me trajo de regalo un bumerang del que pronto me aburrí. Ahora bien, cuarenta años después, aún  no he logrado deshacerme de él.


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martes, 19 de julio de 2011

Familia



[Inspirado en el post EMBOSCADOS que mi amigomaestroaregañadientesycamarero Ximens nos regaló en su Blog]


Lo acogieron confiados en que no suponía peligro alguno.

Al ver el hacha en la mano del hombre que entró en el bosque, los árboles comentaron: "...el mango es uno de los nuestros..."


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viernes, 15 de julio de 2011

Rien de Rien



Me sorprendió cuando después de tanto tiempo sin moverse, escuchando una y otra vez la misma canción en sus auriculares, se giró hacia su bolso. Me preguntaba cuánto tiempo llevaría allí, de frente al sol, con la marea alta lamiendo el borde de su toalla. 

Encendió un cigarrillo y dejó que el humo se enredase en su pelo antes de recuperar el mismo gesto inmóvil que mantenía desde hacía más de media hora. Abrazaba sus rodillas flexionadas y sus vertebras dibujaban una soga gruesa bajo la piel húmeda. A pesar de la persistencia de la música que martillaba sus oídos, el silencio parecía envolver una actitud que apestaba a olvido, apatía o desamor. Aparentaba mirar al horizonte, como esperando a que el sol se decidiera a esconderse detrás de aquel mar plano y vacío, que parecía la representación de su estado de ánimo.

Observando el contorno de su figura, el brillo de su pelo a pesar de la sal del mar, la tensión de la piel en su cuello y sus manos, conjeturé que no podía tener más de treinta y cinco años y si estaba en lo cierto, era la música que me llegaba en un bucle interminable lo que no acababa de encajar. Aquel “Rien de Rien”, que se repetía una y otra vez, se acercaba a mí oliendo a desdicha, mientras ella mantenía en su postura la tensión propia de quién ha estado cerca – de algo o de alguien – pero no lo suficiente.

En aquel setiembre, envenenado por la envidia del otoño, no tardaría en anochecer, y yo no dejaba de preguntarme cuál sería la estrategia más adecuada para acercarme a ella. Siempre he sido torpe en el juego de la seducción, pero aquella mujer estaba envuelta en una melancolía estridente que la hacía irresistible al hombre triste que siempre he sido.

Sólo cuando, tiempo después se giró quitándose las gafas de sol y me miró, comprendí que tenía frente a mí  a la mujer con la que compartir el resto de mi vida. Los dos ocultábamos en nuestra mirada el estigma de los adictos al fracaso.


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martes, 5 de julio de 2011

WORKAHOLIC







Él se enamora de su compañera de trabajo y, de pronto, todo cambia.

Por primera vez, desde que tiene memoria, siente que odia los viernes y espera con ansiedad los lunes.

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